Juliana estaba viendo un programa de TV en el cuarto de su madre. De repente, escuchó unos pasos en el pasillo y la puerta, que estaba entreabierta, se abrió por completo. Era su madre:
–Gorda, voy a la tienda por unas cosas, ya vengo –le dijo a Juliana. Se quedó un instante viendo la TV junto a su hija.
–Okay –replicó la niña, que se encontraba completamente absorbida por el programa.
–Juli, te he dicho que no veas esas cosas, que después no duermes –en su voz había un claro matiz de disgusto.
–Ay, pero…
–Pero nada, me haces el favor y apagas eso –la niña hizo caso a regañadientes y se fue a su cuarto a jugar. Su madre salió a la tienda.
Juliana se aburría mucho en su casa, sobre todo en vacaciones. Era hija única, no tenía muchos amigos, su madre andaba ocupada y no podía compartir mucho tiempo con ella… No tenía otra opción que jugar sola.
Al regresar de la tienda, la mamá sirvió el almuerzo y ambas se sentaron en el comedor a almorzar.
–Ma, mira que los dragones sí existen –dijo Juliana, mientras se movía de un lado a otro en la silla. Le gustaban mucho los dragones y la idea de que eran reales la hacía muy feliz.
–Ay… –suspiró la madre, al tiempo que recolectaba paciencia – No, gorda, no existen.
–Bueno, entonces existieron.
–No, tampoco –empezaba a desesperarse.
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–Que sí, que yo lo vi en Discovery ahorita –insistió Juliana con esa seguridad que sólo tienen los niños cuando creen saber algo.
–No me vuelves a ver esos programas…
–¿Y por queeeee?
–¡Porque no y punto!
Terminaron de almorzar en silencio. Juliana, achantada, no quiso decir más. La madre, irritada, tampoco.
No crean que la madre de Juliana era una tirana. Trabajaba todos los días –incluso los fines de semana –y rara vez podía descansar, mucho menos tomar vacaciones. Además, debía ver ella sola por su hija: hacerle el desayuno, bajarla en las mañanas a la portería para que la ruta la recogiera, recogerla en las tardes, preparar la cena… Cuando Juliana estaba en vacaciones, todo era mucho peor: debía cuidarla todo el tiempo. Es entendible que viviese cansada e irritada.
A pesar de no compartir tanto tiempo con su hija, la conocía mejor que nadie (o eso creía). Sabía que si Juliana veía algún programa que le diera miedo en el día, tocaría la puerta de su cuarto a media noche, llorando, para que le abriera y la dejara arruncharse con ella. Se tendría, entonces, que levantar, encender la luz, dejar a Juliana meterse en las cobijas con ella… Toda esa parafernalia le quitaría el sueño. Pero, a pesar de eso, esas noches siempre estaba dispuesta a recibir, con los brazos abiertos, a su hija.
Sólo que, a veces, prefería que eso no ocurriera en lo absoluto, por eso era tan estricta con las cosas que permitía ver a su hija en la TV.
Mientras su madre trabajó el resto de la tarde, Juliana no hizo sino pensar en lo mucho que deseaba tener a alguien con quien compartir los aburridos días de vacaciones. No le importaba si era un hermano pequeño, un amigo, una amiga, una mascota… Lo importante era que jugara con ella y que le creyera cuando dijera que los dragones sí existían (o existieron).
Se hizo de noche. Juliana empezó a jugar con sus juguetes. Su mamá entró a su cuarto.
–Nena, voy a la portería a reclamar un paquete, no me demoro –le dijo.
–¿Puedo ir contigo? –preguntó Juliana.
–No… Ya vengo…
Juliana se puso un poco triste. Su mamá salía varias veces al día, algunas veces la dejaba ir con ella, pero muchas otras no. No sabía muy bien porqué.
La mamá de Juliana se fue. Ella siguió jugando.
Había un silencio peculiar esa noche. No se escuchaban los autos, ni los vecinos, ni los perros de los vecinos… Juliana sólo podía escuchar su propia respiración. El frío que hacía esa noche no era habitual tampoco, se inmiscuía en los huesos y hacía doler levemente los músculos. A pesar de que Juliana tenía puesta una chaqueta, estaba titiritando.
De repente, sonó un golpe suave en su ventana. Era algo peculiar, dado que se encontraba en un cuarto piso. Juliana no sintió miedo, sólo curiosidad.
… Una silueta familiar…
–¿Me puedes abrir, por favor? ¡Estoy que me muero del frío! –le dijo la silueta a Juliana con una voz tan cálida y tan amable que no tuvo más remedio que abrirle la ventana y dejarla entrar. La silueta tuvo un poco de dificultad para entrar por la estrecha ventana.
Juliana corrió a encender la luz para ver mejor. No podía creer lo que se encontraba ante sus ojos…
¡Un dragón de verdad!
Se veía, más o menos, así:
“¿Por qué hizo eso?”, se estarán preguntando. Bueno, nadie mejor que JM Barrie para explicar tal actuar:
–¿Eres de verdad? –preguntó Juliana. No sabía muy bien qué más decir, ni cómo actuar ante semejante criatura. Tenía el tamaño de un perro grande y parecía muy amigable. Juliana estaba asombrada. –¡Pero por supuesto que soy real! –dijo el dragón. Juliana notó que la criatura no movía la boca cuando hablaba; ella escuchaba su voz dentro de su cabeza, parecía hablar por telepatía. Tenía una voz dulce, emanaba tranquilidad.
–¿Y qué haces aquí?
–Escuché que había una niña muy chévre por aquí que quería un amigo –dijo el dragón. Juliana se río y empezó a saltar de la emoción –¿De qué te ríes? –el dragón también parecía estar riéndose.
–De nada –dijo Juliana sonriendo –¿Cómo te llamas? –preguntó al dragón.
–No tengo un nombre… ¿Por qué no me pones uno?
–Hmmmm… está bien… Te llamaré X.
–¡Ese es un gran nombre! Me gusta mucho –dijo el dragón, dando saltos de alegría.
–Yo me llamo Juliana, por cierto…
–Ya sé –dijo el dragón. A Juliana esto tampoco le pareció raro, “de pronto lo escuchó por ahí”, pensó.
En ese momento, su madre regresó. Le llamó la atención escuchar a su hija hablar, así que entró a su cuarto y preguntó con quién hablaba.
–Con nadie –le dijo Juliana con un poco de rencor.
De nuevo sonó la ventana, pero con más fuerza. Juliana se paró lentamente del suelo, donde estaba jugando, corrió su cortina y miró hacia afuera. No podía ver mucho, la luz de su cuarto reflejaba mucho. Apagó la luz de su cuarto y volvió a mirar hacia afuera y esta vez pudo ver, entre la oscuridad…
Haz scroll para ayudar a Juliana a abrir la ventana.
El dragón y Juliana se volvieron muy buenos amigos esas vacaciones. Ella armaba torres de Lego muy altas y él las botaba. Se divertían mucho haciendo el mismo proceso cientos de veces. También hacía sándwiches de Play-Doh y él los devoraba, aunque solía decir que prefería “las flores amarillas y las palomas vivas”.
El dragón le preguntaba muchas cosas a Juliana y tenían conversaciones durante horas. A ella le encantaba que alguien estuviese tan interesada en ella y le prestase tanta atención. Eventualmente, le contó a su mamá sobre su amigo dragón.
Al principio, a la mamá no le molestó en lo absoluto el nuevo amigo imaginario de Juliana. De hecho, le seguía el juego; hasta le ponía un plato vacío en la mesa cuando se sentaban en el comedor. Pero un día, empezó a notar cosas que le incomodaban sobre esta presencia ficticia.
–El dragón me enseñó una canción, ma –dijo Juliana y procedió a tararear una melodía que jamás había escuchado.
–Oh, qué bien –respondió. “De seguro la escuchó en la radio o en el TV”, pensó. Pero, a pesar de que este evento tuviese, muy probablemente, una explicación perfectamente lógica, no podía deshacerse de un sentimiento de profunda incomodidad.

Otro día, escuchó con cuidado una conversación que sostenía Juliana con su amigo. Le pareció algo extraño hiciese pausas tan marcadas, que asintiera y tuviese, en general, una aparente conversación tan fluida. Estando en esas, escuchó algo que la inquietó profundamente:
–“No… A mí me gusta estar con mi mamá” –dijo Juliana, molesta.
–Gorda, ¿con quién hablas? –interrumpió la mamá.
–Pues con X –respondió la niña, como si fuese lo más obvio del mundo.

A medida que el tiempo pasó, el dragón comenzó a coger confianza con Juliana, tanto así que era quien tomaba la iniciativa para hacer alguna actividad.
–Pintemos –dijo un día el dragón, mientas jugaba con Juliana a armar y desarmar torres. –Ya me aburrí de esto.
–Hmmmm, no, yo quiero seguir jugando con Legos –replicó Juliana –Además, no sé qué pintar.
–Puedes pintar a mi amiga Lucy
–No sé quién es tu amiga Lucy y no quiero pintar… –Juliana se empezaba a sentir incómoda.
–Yo te la describo y tú la pintas
–No…


Y, en ese instante, Juliana vio al dragón tornarse de un color oscuro. Ya no tenía la piel rosada, sino gris, y sus ojos se tornaron completamente negros. Un frío espeluznante la dominó.
–Está bien, pintemos a Lucy –dijo Juliana, al borde del llanto. El dragón volvió a su estado original y esto fue lo que pintaron:



Al día siguiente del incidente del dibujo, Juliana no encontró al dragón. Aprovechando que no estaba cerca, le contó a su mamá todo lo que había ocurrido, pero no le mostró el dibujo.
–Juli… Podrías intentar decirle a tu amigo que se vaya –aconsejó. No pensó que fuera la gran cosa, pero reconocía que sonaba extraño.
Poco después, la mamá de Juliana se fue a la tienda y ella quedó sola en el apartamento. El dragón apareció, pero parecía molesto. Esta vez, no sólo tenía la piel gris y los ojos negros, también llevaba consigo un hedor a huevo podrido. Juliana ya no se sentía segura en compañía de su amigo
–¿Por qué quieres que me vaya? –preguntó el dragón.
–Porque ya no quiero jugar contigo –le dijo Juliana.
El dragón no dijo nada y se fue.

Esa noche, cuando Juliana se acostó a dormir, el dragón apareció al pie de su cama. Su aspecto era aún más tétrico que antes y su olor, más insoportable.
–Juguemos con los Legos –dijo el dragón, pero su voz esta vez era profunda y carrasposa. Juliana estaba aterrada y no sabía muy bien qué hacer.
–No quiero, déjame dormir –respondió con la voz temblorosa.
–¡Juguemos!
–¡NO!

El dragón se abalanzó sobre ella y agarró uno de sus brazos entre sus fauces.
–¡NOOOOO! ¡DÉJAME IRRR! ¡MAMAAAAA! –gritó la niña, desesperada. Jamás había emitido un llanto tan desgarrador.
La mamá de Juliana se despertó de un brinco y en menos de nada llegó al cuarto de su hija. La vio forcejeando con una fuerza invisible. Rápidamente, la tomó entre sus brazos y salieron corriendo del apartamento. Se escuchaban golpes entre las paredes y parecía haber una neblina pesada, que a duras penas dejaba respirar. Un olor fétido inundó el apartamento.
Se sentaron en el pasillo del edificio sin saber muy bien qué hacer. La mamá revisó a su hija y vio sus brazos llenos de rasguños y moretones.
Así como no hay que confiar en todos los humanos que se cruzan en nuestro camino, tampoco se debe confiar en todos los amigos imaginarios que tocan nuestra ventana.
Historia y diseño por Laura Forero.